sábado, 4 de marzo de 2017

COSAS SOBRE EL ARTE Y LA CIENCIA.

El hombre no puede pensar nada que escape de la realidad. Se trata de una máxima de la filosofía materialista que se cumple de forma permanente: todo cuanto se imagina en la conciencia es por fuerza, el reflejo de una manifestación material. La idea no es más que el resultado de la percepción de la realidad en la mente, una abstracción creada a partir de lo existente. 

Ninguna obra de arte, por más abstracta que sea, parte de un pensamiento en blanco para llenar un lienzo. En “Ex machina” (2015) de Alex Garland, los protagonistas se plantean esta cuestión ante un Pollock. No hace falta demasiada reflexión para descubrir que están frente al absurdo del pensamiento automático. La postura de quien explica, Nathan, pretende hacer creer que existe un punto medio entre la “mente en blanco” y la voluntad del cerebro, moviendo una mano que a su vez sostiene un pincel sobre el lienzo.




Si bien el arte abstracto y las técnicas automáticas para crear son consideradas expresiones propias del libre pensamiento que escapan a la razón, no pueden ir más lejos de todo lo que materialmente existe. Tal vez Pollock pintaba sin conocer el resultado final de su obra, pero cualquiera que éste fuera, chocaba frente al mundo material una y otra vez sin escapar de su dominio. Puntos, líneas rectas o curvas, rayones, manchas o salpicaduras, cada una existe y por tanto, puede ser representada y nunca al revés. 

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En la “Clase de anatomía del Dr. Nicolás Tulp”(1632), Rembrandt concibió una sala que acoge a un grupo de estudiantes frente a un cadáver que es diseccionado por el famoso médico holandés. A partir del Renacimiento, la medicina avanzó dramáticamente gracias a la experimentación con restos humanos para comprender la sustancia que forma al hombre. El mismo Leonardo da Vinci fue un pionero en el campo y elaboró cuadernos llenos de dibujos y notas que explican la mecánica y el interior lleno de huesos, articulaciones, músculos y tendones del cuerpo humano a través de su propia experimentación. 

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“El alquimista” (1631-1640) de David Teniers, contemporáneo a la obra de Rembrandt, también da cuenta del desarrollo científico de la época. Eran los últimos años de la alquimia, disciplina pseudocientífica que trató de explicar las transformaciones de los elementos que constituyen al Universo, además de probar verdades cosmogónicas a partir de un eclecticismo de saberes antiguos, desarrollando experimentos con metales y compuestos químicos. 

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El siglo XVII inauguró un cambio en el pensamiento filosófico, caracterizado por una búsqueda incesante de la razón como principio de comprensión y conocimiento del mundo. En “Galileo mostrando su telescopio a Leonardo Donato en 1609” (1754) de H.J. Detouche, se observa al astrónomo hablando frente al duque de Venecia y su corte. La invención del telescopio de Galileo dio inicio a una revolución científica sin precedentes en la historia de la humanidad. La observación de la Luna, Júpiter y sus satélites confirmó lo que se pensaba desde la Antigüedad: a miles de millones de kilómetros existen otros mundos y sólo hace falta la evidencia visual para describir sus movimientos y aprender más de ellos. 

6 ejemplos de cómo el arte puede explicar la ciencia.


La influencia de los descubrimientos científicos de entonces se trasladó al arte. El mismo año de la invención de Galileo, Kepler describió los movimientos orbitales de los planetas basado en los cálculos de su maestro, Tycho Brahe y el principio heliocéntrico copernicano, superando para siempre el planteamiento geocéntrico de Ptolomeo. 

Los descubrimientos de Kepler sirvieron de base para que en 1687, Newton formulara la Ley de Gravitación Universal. Ésta se trata de una propuesta revolucionaria, elegante y precisa que dominó la física durante trescientos años y estableció los principios mecanicistas que se apropiaron del pensamiento de la época. La noción de que el Universo, la sociedad y cada aspecto de la realidad funcionaba como una enorme maquinaria de relojería se apoderó de las ciencias y el conocimiento de entonces. Teorías de equilibrio, conceptos tomados de la medicina y la física fueron trasladados a las ciencias sociales y por supuesto, también invadieron el mundo del arte.


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“Un filósofo da una lección sobre el planetario de mesa” (1766) de Joseph Wright, es el mejor ejemplo de la influencia de la astronomía y la física en el pensamiento de la época. Los movimientos de los astros parecían explicar todo cuanto sucedía en el mundo. A través del descubrimiento de leyes y principios generales que se creía, podían extrapolarse al grueso del conocimiento. 

En la segunda mitad del siglo XIX, un genio atormentado pintó el final de impresionismo y con él, una obra llena de misticismo y ciencia. Vincent van Gogh no sólo era un gran pintor, también le apasionaba la ciencia que estudia los cuerpos celestes, misma que conoció leyendo la “Astronomía Popular” (1881) de Camille Flammarion, editada el mismo año que se descubrió Urano, cuando el mundo reafirmó que el misterio del cielo nocturno seguía vigente. Nueve años más tarde, el holandés pintó su obra más representativa:


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“La noche estrellada” (1889) fue concebida en una fría noche desde la ventana de la habitación del sanatorio mental de Saint-Remy-de-Provence. Las estrellas de van Gogh no son casuales ni pertenecen a la imaginación, sino a su pasión por los misterios del cosmos, reflejada en sus obras, objeto de distintos estudios científicos. Los remolinos propios del estilo del holandés, al mismo tiempo que dan movimiento a la obra, se asemejan a una representación exacta del flujo turbulento en la dinámica de fluidos. También dan la impresión de destellos, tal como ocurre a causa de la atmósfera terrestre. 

“Mirar a las estrellas siempre me pone a soñar. ¿Por qué, me pregunto, no deberían los puntos brillantes del cielo ser tan accesibles como los puntos negros del mapa de Francia? Así como tomamos el tren para llegar a Tarascon o Rouen, tomamos la muerte para llegar a una estrella”. 

El holandés no pintó el lienzo durante la noche: aprendió de memoria la posición de las estrellas y realizó el óleo durante el día. Los remolinos (especialmente el mayor de ellos, que sirve como punto de fuga a la pintura) guardan relación con la forma de las galaxias espirales que entonces se representaban a través de bosquejos en literatura especializada. La constelación de Piscis, Venus y Aries son parte de la composición.


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Lo mismo ocurre en “La noche estrellada sobre el Ródano”, donde la Osa Mayor ocupa la parte central del plano. Las estrellas de van Gogh y sus pinceladas difusas en redondo no sólo fueron la marca distintiva del artista, también recuerdan a las galaxias y nebulosas que son visibles únicamente a través del telescopio en el cielo nocturno y las cuales conocemos gracias a los bocetos y fotografías que demuestran su existencia. 

El arte como representación de la realidad también puede explicar el pensamiento científico y con él, sistemas de pensamiento e ideas que se mantienen vigentes en una época determinada.

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